Y ella lo sabía. Sabía que era completamente suyo. Sabía que él no podía apartar la vista de su cuerpo. Sabía que él la ansiaba. Sabía que él la anhelaba con cada latido de su corazón. Y esa sensación le gustaba. Le gustaba sentir el poder. Le gustaba olvidarse de él y que cuando lo necesitase, saber que él estaría a su lado. Sí, le gustaba ser cruel.
Porque ella realmente, no lo amaba.

Sólo era, como un pequeño salvavidas, por si alguna vez, su avión se estrellaba.
Muchos hombres le habían hecho daño, y por eso le gustaba, que uno, de entre un millón, le amase. Le habían dañado, gente sin nombre, y ella lo pagaba con quién menos lo merecía. Pero la vida es injusta y ella, era la que más lo sabía. Y así, le gustaba ver como él intentaba apartarla de su cabeza. Porque sabía, que para ella, él era sólo un muñeco sin nombre. Pero cada vez que lo intentaba, volvía a pasar otra con su mismo perfume. Haciéndole recordar a su enferma mente que viviría bajo aquella eterna condena siempre.